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 HUELLAS  DE  AMOR

Autoría: Natalia Salamanca

En ocasiones, no creemos que el corazón pueda llegar a sumergirse en socavones tan profundos hasta que algún día, algún instante, algún segundo, caemos en ellas. Solo entonces sabemos de lo que se trata, son lugares grises, vacíos pero al tiempo congestionados, llenos de silencio pero también de tanto ruido que nos deja sordos, tan inmensos que nos desorientamos pero a la vez tan diminutos que no llegamos a caber dentro. Y uno se pregunta como un solo punto puede resumir dos abismos opuestos, pero solo hasta que llegamos allí lo entendemos.

Esta fue una semana donde supe lo que se sentía. Porque, en mitad de la normalidad que se está posicionado sobre todos nuestros días a tal punto de que solemos confundirnos entre días y no saber en qué fecha estamos siquiera, aparecieron rupturas, subidas y bajas que lo hicieron todo diferente. Y lo diferente solemos notarlo como algo bueno, algo que nos enriquece y nos transforma, pero lastimosamente, hubiese preferido que jamás llegaran estas tormentas porque arrasaron con más cosas de las que pude creer.A veces siento que puedo escribir las cosas de una manera tan confusa que solo yo las podría entender con el significado en que las pienso, pero no encuentro forma más viable para expresar un dolor que disfrazándolo, al menos un poco, con palabras extrañas que lo vayan labrando de a poco hasta hacerlo, por lo menos, más liviano.

Los días pasan con la esperanza de empezar uno nuevo para sentir que renacemos, y quizá ese es el motivo por el que me hiere tanto que no sea ni siquiera un poco de esa manera, porque los días pasan y la esperanza se desvanece cuando el nuevo que llega se siente cargado de acumular el peso del anterior, y entonces, día a día, noche tras noche, el cansancio se encarna con mayor fuerza y el desánimo nos inunda como la oscuridad a la noche hasta el punto de perdernos. Al despertar mi cabeza duele de la misma manera como dolía al acostarme, o quizá incluso más por haberla dejado apoyada en una almohada durante tanto tiempo y me atormenta con un latido que permanece casi todo el día; los ojos están cargados del ardor de tanta luz, de las ojeras del poco dormir y de una rojez que seguramente ha de aparecer por el llanto; la espalda y el cuello, me duelen sin mucho sentido y ya dejan que se asomen algunos nudos protuberantes que fueron atados, dicen que por el estrés.

Pero, lo cierto es que ninguna de esas cosas es la que afectan con tanta fuerza, quizá influyan, o talvez sean la excusa con la que responder a cuando peguntan ¿estás bien? Porque ante esas dos palabras que yo misma suelo hacerme a mí misma, siempre me quedo sin respuestas, sin pistas, sin nociones. No logro entender lo que me pasa pero al buscar no hallo mejor forma de graficarlo que como cierta sombra que va apareciendo poco a poco y que me contagia su opacidad para querer, al menos por un momento, ser tan fugaz como ella.Posiblemente me deje sucumbir ante la bruma de mis responsabilidades, de mi estudio, mis oficios, e incluso las cosas que no son deberes pero yo misma los tomo como compromisos porque sé lo importantes que son; ante la brevedad del tiempo enfrentada a la inmensidad de preocupaciones; ante un desanimo que pasa de lo físico hasta lo emocional; ante un estrés ajeno que se convierte en propio; ante la frustración de no encontrar ni siquiera en lo que amo un respiro de liberación porque la inspiración se evapora; ante la dominante sensación de que me quedo diminuta y soy aplastada por la pesadez del mundo.

El miércoles fue un día de aquellos donde no le encuentro mucho sentido a las cosas y quisiera por unos segundos detenerlo todo y despejarme de mi misma; aunque no lograra entenderme, luego, más adelante, lo haría de alguna manera.La semana transcurrió con una extraña normalidad: porque la vida continua con su mismo ritmo, aunque nosotros estemos a otra velocidad, en otra sintonía, y nada se detiene, aunque así lo quisiera. Presentamos trabajos, asistimos a clases, recibimos calificaciones, y vamos poco a poco dilucidando una primera meta, el fin de este semestre.Algo especial en medio de todo fue el día de la madre y el de los maestros, porque en ambos pude expresar mi gratitud, admiración y afecto hacia aquellas personas de esos roles que me han abierto caminos y me han dado la mano. Porque fueron días para reflexionar sobre la esencia, el valor y el sentido mismo de esas labores, para entender que tanto ser madre como ser maestro requiere antes que cualquier cosa, una pasión mayor que nosotros mismos.

Pero los días siguieron pasando hasta llegar el sábado 16 de mayo, una fecha que parecía normal hasta más o menos el medio día, a la 1 de la tarde. Tras un almuerzo familiar, sale mi papa a nuestro patio y se encuentra a un vecino, el de la casa a nuestro lado, y mientras hablaban palabras que no podía escuchar, me acerque y vi en el rostro de mi papá una tristeza que pronto se convirtió en mía también. Él llora, viene hacia nosotros y nos cuenta con voz ya quebrada, que Bruno ya no estaba… Bruno, el perrito nuestro que no era nuestro pero que lo tomamos como si lo fuese; el perrito de cabello color caramelo casi idéntico a un turrón dulce; el perrito de los ojos brillantes y la energía inapagable; el que ya estaba grande pero aún era un bebé; el que acompañaba sin importar la hora para protegernos de todo lo que pasara; el que mantenía queriendo comida aunque estuviese ya repleto; el que se lanzaba sobre nuestra ropa limpia con sus patas sucias como queriéndose trepar para abrazarnos; el que nos daba la patita cuando nos agachabamos a su altura; el que corría a la velocidad de la luz pero también se arrullaba con el sol todas las mañanas; el que se echaba al piso boca arriba pidiendo que le acariciáramos su estómago; el que todos los días salía conmigo y me hacía cariñito hasta que llegaba el bus, o si debía caminar siempre iba conmigo y regresaba solo; al que le saltaban las grandes orejitas como si fuesen alas al correr y saltar; el que estuvo con nosotros tan solo un año y medio pero que permanece vivo en nosotros para toda la vida...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Lo perdimos en un accidente el miércoles de esa semana, ese día en el que llore sin saber un motivo, pero, aunque no suelo creer en presentimientos, siento que el sinsabor venia de la perdida que aún no conocía pero que estaba sucediendo en ese momento. El vecino no nos había querido contar porque tenía temor a como nos sintiéramos, pues el sabía que Bruno había sido desde que era bebe, un ángel para nosotros.Mi hermana y yo nunca habíamos llorado como lo hicimos este día, pasamos horas en el rinconcito favorito de Bruno y las lágrimas parecían nunca agotarse, de hecho, mientras escribo y posiblemente si llego a leer esto aún pueden aparecer lágrimas. Llorar libera en las lágrimas los recuerdos que van pasando por la mente, la nostalgia, el alma rota de saber que ya no lo veríamos más que en los sueños, como pasó en la noche de ese día, en que soñé que era mentira y regresaba a casa con su alegría efusiva.

Las palabras quedan cortas para expresar lo que se siente, solo creo poder decir que es como si se desgarrara una parte de sí mismos. Todo lo que amamos profundamente, una vez parte, queda su lugar como un vacío, quedan sus memorias como un tesoro y queda para siempre en el corazón vivo.Cuando mi hermanito nos vio a nosotras llorando desesperadamente, solo quería lograr que dejáramos de llorar, nos abrazaba sin soltarnos, nos acariciaba la cabeza e incluso hacia cosas graciosas para sacarnos una sonrisa. Eso fue lo más bello del día, la forma más especial de demostrar que la alegría que Bruno siempre quiso ver en nosotros estaba presente en Miguel para recordarnos que, aun si no lo podremos volver a ver con nuestros ojos, siempre lo veremos con el corazón.Las palabras de mis papás también son un consuelo, como una melodía cuando estamos aturdidos, porque me recordaban que tanto él como nosotros, fuimos felices juntos. Mas, sin embargo, me resultó y aun me resulta difícil y casi imposible concentrarme en otras cosas sin pensar en que ya no estará allí en el patio cuando asome mi mirada, ni en la eterna espera de ls mañanas para jugar y acariciarlo. Esos recuerdos están siempre resonando y no los quiero abandonar porque es lo que me queda de él, pero sin embargo, debo silenciarlos para enfocarme al menos un momento en los compromisos que no dejan de estar presentes.

Dicen que debo distraerme, y es cierto que cuando lo hago dejo de llorar porque dejo de pensar en eso; pero tarde o temprano vuelvo a lo mismo y lágrimas de nuevo. Así han transcurrido estos últimos días, escuchando la música que me lo recuerda, dibujando su reluciente carita para grabarla aún más en mi corazón, escribiéndole para que me escuche donde quiera que este, encontrándolo cuando suspiro profundo, abrazándolo cuando junto mis brazos, y pensando siempre en que fue una bendición para nuestra vida.Y entonces, aun en los socavones en donde cae el corazón, se encuentra cierto orificio para respirar un poco de paz; a pesar de sentirme intranquila, sola, desolada, siempre encuentro a Bruno en mi memoria saltando en frente mío para hacerme reír de nuevo, y entonces, así lo hago.Y aquí escribo, porque, aunque sea leído o no, sentía necesario poder convertir las sensaciones en palabras y liberar algo de mí en ellas, de eso finalmente se trata la escritura, de volver hacia nosotros mismos, llorar y reír lo necesario, y dejarlo todo grabado en el papel, en el corazón y la vida.

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ESCRITORES  EN TIEMPOS  DE  COVID-19

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