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AMOR

Autoría: anónima

He decidido, en vista de que ya van varias semanas de cuarentena y no ha cambiado demasiado lo que he hecho en ellas, optar por la escritura a partir de un valor o una característica (o carencia de ella) que haya podido notar en mi vivir. Esta vez, por muchas razones, es el amor. Mi papá siempre ha tenido problemas para dormir, se acuesta bastante tarde y se despierta temprano, es, como dicen por ahí, de sueño ligero; en esta cuarentena, sin embargo, ha estado trasnochando más y abría el ojo tipo 9 am, pero en vista de que muchos miembros de la casa tenemos que seguir madrugando para cumplir con obligaciones académicas y laborales, retomó el despertarse desde las 7 de la mañana. 

Por aquí cerca hay una vecina que se dedica a hacer de todo un poco: tamales, morcilla, chorizos, cuanto se le ocurra y la verdad es que tiene una muy buena sazón. Mi papá, tanto por colaborar como porque le gusta, le compra casi siempre, aunque a veces no tenga ni con qué pagar, y si es necesario fía, de todas formas, la vecina es de confianza y no tiene problema con recibir el dinero después. Los chorizos que Doña Filia arma, la señora que mencionaba, son casi que los favoritos de mi padre, cada uno vale al rededor de 2mil pesos, y como en mi casa somos 6, solo da para comprar de a uno, y de vez en cuando. A mí también me gustan mucho, y cuando me los sirven intento comer lento para disfrutarlo durante más tiempo.

Yo soy una persona que come poco, mis compañeros quizá no puedan decir lo mismo, pero en realidad soy de picar cositas más que comer grandes cantidades, por lo que casi siempre me ven con algo en la mano. La verdad es que las mañanas son los momentos en los que menos apetito tengo: la mención de cualquier alimento hace que mi estómago se revuelva en protesta, como rechazándolo incluso antes de ingerirlo. Un día de esta semana, en la que tuve que madrugar para una clase virtual, llevaba ya bastante tiempo de levantada, y solo me había tomado un chocolisto. El día anterior, el día feliz, me había comido el chorizo que me tocaba, y tenía muy claro que debía esperar hasta la siguiente oportunidad para comer otro; mi papá, al ver que no tenía ganas de comer nada de desayuno, me ofreció el suyo, le dije que no, pues él todavía no había comido y le gustaban mucho. Él me dijo que esas no eran penas, que podíamos partirlo a la mitad y así comer los dos, y me insistió hasta que acepté. Y eso es amor. Quizá no sea muy poético decirlo: amor es que mi papá me ceda parte de su chorizo favorito; pero la realidad es que lo es, no cualquiera renuncia así de la nada a lo que le gusta por satisfacer a otra persona. Amor es, pues, que mi papa esté dispuesto a renunciar a cosas que le gustan por hacerme feliz momentáneamente a mí.

Soy demasiado mecatera; y no exagero: desde pequeña el dulce me encanta. Ya en la preadultez le he disminuido un poco, pero aún sigo consumiéndolo con frecuencia. Por la cuarentena, debemos turnarnos para salir a la calle y comprar los víveres: a veces mi papá, a veces mi mamá, a veces mi hermano, y así con todos. Siempre, cuando a mamá y/o papá les toca ir, llegan a la casa al menos con un dulce para mis hermanos y para mí, porque saben la falta que me hacen. Y eso es amor; amor es que se acuerden de ti incluso en las nimiedades.

En mi casa normalmente convivimos 5: mi papá Johm y mi mamá Nora,  mi hermano Andrés, mi hermana Mariana y yo. Durante la cuarentena, sin embargo, somos 6, pues el novio de mi hermana que vive en Medellín porque estudia en la UdeA pero que es de Fuzagazugá Cundinamarca no pudo viajar antes de que todo ocurriera, y como su papá no podía seguirle pagando el alquiler de la pieza donde vivía, mis papás le dijeron que por supuesto podía quedarse en nuestra casa. El espacio es reducido, y no tenemos camas extras, así que le toca dormir en la sala, donde por suerte había una especie de Sofá cama destartalado que hace las veces de colchón, siempre, cuando se despierta mi mamá, mi papá o mi hermana le hacen un café porque saben cuánto le gusta. Y eso es amor; amor es que estén pendiente de ti para cosas aparentemente absurdas.

Mis papás decidieron que, ya que íbamos a estar en casa todo el día, debíamos nosotros mismos prepararnos nuestra comida. Ellos se encargan del desayuno y a veces también del almuerzo, pero la comida es nuestra responsabilidad, como a veces alguno tiene pereza de cocinar, entre los jóvenes de la casa acordamos que los que cocinen no lavaban, y viceversa, sin embargo, esto no aplica siempre, puesto que muchas veces no queremos comer lo mismo, a veces, cuando yo estoy metida en mi pieza y ellos quieren comer, me preguntan si quiero que me preparen la comida. Y eso es amor; que te tengan en cuenta incluso para lo pequeño. El tv de la casa es muchas veces problemático, el control tiene una especie de clave para que no se vaya la parabólica. Mis papás especialmente han tenido problemas con todo eso, y pese a que llevan más de dos meses intentando aprender la técnica, no han podido memorizarla, es por eso que, cada vez que se les daña, nos llaman a cualquiera de nosotros, en una especie de grito de auxilio. Nosotros dejamos cualquier cosa que estemos haciendo para dedicarles 10 s y organizarles el tv. Y eso es amor; apoyo y ayuda incondicional para las cosas bobas a simple vista.

 

Tengo una familia muy grande. Entre mamá y papá me atrevería a decir que tengo al rededor de 20 tíos,  ni sé cuántos primos. Existe una coincidencia, y es que muchos de ellos, en el mes de abril, cumplen seguidos. Mi primo Sebastián, de 26 años, el 24 de ese mes. Mi tía Lucrecia, de 51, el 25. Mi prima Natalia, de 25, el 29. Como con la contingencia no nos pudimos reunir, decidimos hacer una videollamada por zoom. Faltaron pocos, y eso que por motivos de fuerza mayor, pero conversamos al rededor de 3 horas. Y eso es amor. Que a pesar de las adversidades encontremos espacios para estar juntos.Y creo que podría quedarme enunciando infinidad de cosas, como que al levantarnos y al acostarnos saludemos y nos despidamos a todos los miembros de la casa, que cada mes alguien invite a comida rápida, y que nos repartamos las tareas del hogar. Que las profesoras nos quieran ver las caras, se reúnan con nosotros, nos atiendan y nos escuchen. Que la profesora Lorena hoy me haya preguntado si estoy bien con base en mi expresión facial, y se haya tomado la molestia de escribirme y hacérmelo saber. Yo sé que soy afortunada; es solo que muchas veces se me olvida o no soy capaz de verlo. Lindo sería que, cuando me pase, sea capaz de leer esto y acordarme

ESCRITORES  EN TIEMPOS  DE  COVID-19

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